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martes, 14 de noviembre de 2017

El drama de los prejubilados. Es urgente poner el tema en debate.

¿Qué es un prejubilado? Desde luego que no existe una categoría en nuestro sistema de seguridad social, denominada “prejubilados”, aunque ya debería haberla.


Por Roberto Famá Herrnández
Las personas de 50 años o más edad que se quedan sin empleo, no figuran en las estadísticas de desempleados porque no buscan un empleo con aportes y no lo buscan, porque no tienen posibilidad alguna de conseguirlo. No existen formalmente, no son desempleados ni tampoco jubilados, a estos casos llamo aquí  “prejubilados”.
En algunos países de Europa, cuando hablan de prejubilados se refieren a casos de hombres y mujeres que, por un tema de salud, o por lo que fuere, pactan con la empresa un retiro, donde no reciben una indemnización por despido, sino una “pensión menor” que le paga la empresa, más el aporte previsional correspondiente, como si continuara en actividad, hasta que cumpla la edad de jubilarse y en estos casos allí sí hablan de “prejubilados”
El prejubilado no tiene en nuestro país más posibilidad que la de ubicarse como pueda dentro de la economía negra o informal para poder pagarse un mínimo monotributo, lo que significará que sus últimos 10 años de aportes sean menores y perciba, cuando llegue a la edad requerida, una jubilación mínima, aunque haya aportado muchos años desde una categoría de ingresos superior.
El problema del prejubilado es aún más angustiante que los casos del primer empleo en los más jóvenes; porque estos pueden valerse mejor por su propia energía vital, pueden cambiar de oficio o profesión, pueden capacitarse o hasta irse del país, el prejubilado se encuentra con un mundo que se muestra cada vez más competitivo y hostil para quienes están en situación de vulnerabilidad laboral.
No todos los prejubilados encuentran siquiera en la economía informal un espacio; dependerá no sólo de oficios o experiencias laborales o habilidades que tenga, el estado de salud es también determinante, sufren enfermedades que les impide, por ejemplo, levantar objetos pesados, exponerse a rigores climáticos, o problemas de columna. Nadie podrá negar que en estos casos, uno se amarga un poquito y la vida se torna cada vez más oscura.
Las reacciones anímicas más propias, entonces, transitan por la incredulidad, la desesperanza, la rabia y muchas veces la depresión. Es que existe una doble discriminación, la empresarial y la política. Las empresas no quieren saber nada de ellos y el Estado, siempre elude tratar el tema y ni piensa en tomar medidas.
En tiempos en que está de moda la meritocracia, la culpabilidad finalmente se sitúa en el propio afectado. Pero quienes hoy son prejubilados, iniciaron su vida laboral a fines de los 70 o principios de los 80, su capacidad de ahorro fue mínima o nula, sufrieron recesión económica en los años finales de la dictadura, hiperinflación, corridas bancarias varias que se comieron los ahorros, despidos masivos en los 90, crisis del 2001 y ahora el nuevo ajuste neoliberal que pretende darles la estocada final con las anunciadas reformas laborales.
Resulta urgente y necesario poner en debate el drama de los prejubilados, porque la solución no es sencilla y necesita de una alta cuota de consideración social; es la sociedad misma quien debe encender la alarma y no desentenderse del drama que significa ser desempleado en el tramo final de la vida laboral activa.

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